La frase del día:
"Solo el que sirve con amor sabe custodiar"
Papa Francisco
Autor: Manuel MORALES, agustino
Es una de esas figuras que tendremos que “rehabilitar”, santa Mónica. Se resiste uno a seguirla viendo vestida de medio monja, casi de luto, con un pañuelo en la mano y llora que te llora. ¡No, por Dios! Mónica es “un pedazo de madre”, como se dice ahora, modelo de mujer fuerte, “una mujer excepcional (cito ahora a mi profesor agustino), de natural inteligencia brillante, carácter fuerte y sensibilidad profunda”.
Tiene en la vida una misión (¡toda vida es una misión!): hacer del hijo Agustín un gran hombre. Nos puede parecer incluso exagerada la “persecución” materna que ejerció sobre su hijo. Ella, viuda a los 40 años, tenía otros dos, chico y chica, de los que ocuparse. Pero hay algo dentro de ella que se nos escapa. Hasta en sueños aprende directamente del Cielo que aquel fruto de sus entrañas lleva en su corazón algo que ella tenía que “defender” a toda costa. ¿Qué era? Lo hemos sabido después: “el Padre más grande de la Iglesia latina, conocido, al menos de fama, incluso por quienes ignoran el cristianismo; que dejó una huella profundísima en la vida cultural de Occidente y de todo el mundo”.
Pues ese gran hombre “se debe” a Mónica. Como todos y cada uno “nos debemos” a alguien: a nuestros padres, a nuestros abuelos, a nuestros formadores, a nuestros mejores amigos… Nuestra fe, concretamente, nuestra vocación y nuestra perseverancia, no son actos aislados. Somos todos eslabones de una gran cadena. Nadie puede creer sin ser sostenido por la fe de otros; y, por nuestra fe, contribuimos también nosotros a sostener la fe de los demás. La fe del muchacho Agustín contó con “el tirón” de una madre creyente, que sigue enseñando al mundo entero la fuerza de unas palabras divinas que a todos haría bien atender: “Pedid y recibiréis; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá”.
Soy el primero que tengo que recuperar cada día la fe en esa herramienta poderosa, la oración de petición. Porque la Obra de Dios sobre este mundo no es solo de Dios, es también obra nuestra, de todos y cada uno de sus hijos. Y, en la lucha contra el Mal (con la M mayúscula), no solo “pueden” las palabras y las acciones visibles. “Pueden” muchísimo las rodillas, la oración, la intercesión. Es un “armamento” indispensable para nuestras batallas; para las batallas que libran hoy las madres cuando no dan con “la tecla” de la hija o del hijo. La oración, como herramienta educativa, para saber “educar en lo difícil”. Si, como dice el Papa Francisco, rezar por los demás “serena el corazón y ayuda a seguir luchando con esperanza”, Mónica es la mujer serenísima y la luchadora invencible. ¡Porque hay que ver lo que rezó la mujer! Dice su hijo que “si él no se perdió fue gracias a las oraciones y las lágrimas de su madre”.
Cuando una madre incorpora a su oración la vida de los demás, la vida de sus hijos, sus problemas y sus sueños, se convierte en un guerrero. “La súplica de intercesión tiene un valor particular, dice el Papa, porque es un acto de confianza en Dios y al mismo tiempo una expresión de amor al prójimo”.
¡Confianza en Dios! Cuando se es joven, damos mucho valor a las propias intervenciones y al propio protagonismo. El tiempo luego le va acercando a uno a aquella frustración tan sana del apóstol Pedro: “Hemos estado bregando toda la noche, pero no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”. ¡Por Su palabra! Eso es la fe. Creer que no luchamos solos, que “bregamos” juntos, y que, para Él, “nada es imposible”.