Autor: Santiago MARTÍN, sacerdote FM
Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Le creó como un animal, del género homo y de la especie sapiens, pero que se distingue de todas las demás criaturas por tener alma, que es precisamente lo que le hace semejante a Dios. El alma, según nos enseñó San Agustín, tiene tres facultades: memoria, inteligencia y voluntad. Con ellas gobierna a la entera persona, pues cuerpo y alma forman una unidad, a fin de que el preciado don de la libertad se ejercite correctamente y no se convierta en libertinaje. El libertinaje es la corrupción de la libertad o, dicho de otro modo, el pecado es el mal uso que el hombre hace del don de la libertad. Dios nos ha hecho libres y, en función de ese don divino, podemos elegir entre hacer el bien o hacer el mal, pero cuando elegimos hacer el mal no sólo hacemos daño a Dios y al prójimo, sino que reducimos nuestra capacidad de elegir libremente en la próxima decisión que tomemos. El pecado nos hace cada vez menos libres, más esclavos de nuestras pasiones, menos capaces de poder elegir libremente, como demuestran las adicciones.