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El término on line no necesita traducción, es universal. Y de hecho, se ha convertido en una necesidad básica; en algunos países del tercer mundo, es más fácil acceder a una conexión que tener agua corriente. Yo recuerdo, los primeros movimientos, cómo en 1995 contraté mi primer acceso a internet con un modem muy ruidoso y lento y mi cuenta de correo que era asignada por el operador, un conjunto de números y letras, nada de personalizaciones ni nombres molones.
El proceso se ha acelerado de tal forma que no hay actividad humana que no esté afectada por internet, ni siquiera la fe. Es verdad que muy pronto aparecieron iniciativas privadas de comunicación, bases de datos, webs parroquiales que permiten que los fieles accedan a información, testimonio, enseñanzas y más recientemente Misas emitidas en directo o grabadas.