Recientemente hemos leído dos versiones distintas de una parábola que Jesús contó a los discípulos que le acompañaban. Popularmente se conocen como las parábolas de los talentos, ya que en una versión se narra el reparto de los talentos (Mt 25, 14-30) aunque en la otra se habla de las minas (Lc 19, 11-27).

Todos, insisto, todos, ante una mala noticia nos preguntamos: ¿por qué? Podemos decir que es una reacción automática; y yendo más allá, nos preguntamos: ¿por qué a mí? En frío, estaremos todo de acuerdo en que es una respuesta egoísta. Somos así, enseguida pensamos que a mí no me debería haber pasado pero que, tal vez a otra persona…

Y en los que tenemos fe, esto es todavía peor porque esta pregunta, esta interpelación se la hacemos a Dios: ¿por qué Dios mío, me has mandado esta tragedia a mí?

¿Os reconocéis?

Hoy celebramos el día de los difuntos y he tenido que explicar a mi hijo pequeño, qué exactamente celebramos.

En la Misa de hoy, Lucas nos cuenta (6,12-19) como tras rezar, “Jesús llamó a sus discípulos, escogió de entre ellos a doce, a los que también nombró apóstoles”